A las puertas de la primera
celebración compartida después de Año Nuevo y Reyes, la Semana Santa atrae a miles de
personas al descanso, al viaje, a los desplazamientos propios de fechas tan
señaladas. Durante estos días, por lo tanto, aunque no parece que la
meteorología tenga ganas de ayudar, muchos serán los desplazamientos que se
contabilizarán, lo que naturalmente incrementará el peligro en nuestras vías de
comunicación. En momentos así, de envergadura contrastada, lo que conviene es
compartir con quienes tengan a bien escucharnos, la lógica preocupación por las
consecuencias que puedan derivarse de tanto vehículo en las carreteras. Y
luego, si tuviéramos en cuenta el aumento del peligro por el hecho de abusar
del alcohol, las drogas o el exceso de confianza que algunos mostramos cuando
usamos nuestro coche, quizá los números que conoceremos al final de la semana
los pudiéramos aceptar, pero estamos convencidos de que el coche atrae,
también, a los que no tienen en cuenta estas máximas y que serán ellas y ellos
los que contribuirán a que la estadística presente cifras inaceptables.
Así las cosas, tampoco es que queramos hilar fino y hacerles partícipes a ustedes del papel que a cada uno de nosotros nos ha tocado protagonizar por el hecho de poner nuestro vehículo en marcha para desplazarnos al lugar que previamente hayamos elegido, sino, como mucho, recordarles que la línea del accidente hace años que se estrechó de forma que no nos deja margen de maniobra y que cualquier despiste o decisión equívoca puede acabar dándonos un disgusto. En realidad, la práctica totalidad de los accidentes que no tienen que ver con los excesos, resultan precisamente de eso, en detalles que en principio no tendrían importancia si no fuera porque en el viaje nunca circulamos solos. Y si a diario el número de vehículos por sí mismo nos previene del peligro, no les decimos nada de lo que se organiza en fechas tan populares como las de Semana Santa.
La deducción más lógica que se nos ocurre no es otra que la de extremar la precaución durante el tiempo que invirtamos en el desplazamiento si no queremos caer en el error de complicarnos estos días de descanso. Y es la mar de fácil si antes no hemos previsto elegir el mejor recorrido, no proponernos tiempo de llegada ni creer que será fácil. El error reside a veces en decisiones casi infantiles, de las cuales algunas caen por su propio peso, como autoconvencernos de que nuestro vehículo no nos fallará en ninguno de sus elementos o de que viajamos en un acorazado. Son tantos los elementos que participan en el movimiento de nuestro coche, concretamente entre tres mil quinientas y cinco piezas independientes y luego unidas, que solo por eso debíamos mantener en todo momento una pizca de desconfianza por lo que pueda pasar.
Actualmente, nuestro país está situado en el número doce en la escala de la accidentalidad, que, si tenemos en cuenta que se controlan ciento ochenta y cinco, por debajo de Francia, Alemania y Reino Unido, tampoco estamos tan mal. El que menos accidentes registra es Suecia, quizá porque sus vías de comunicación están mejor preparadas o porque la idea del coche que tienen estos europeos es radicalmente opuesta a la nuestra. Y no menos la filosofía de vida que comparten, no menos alejada de nosotros. Sea como sea, si hemos sido capaces de reducir la cifra de accidentalidad en diez años en casi cincuenta mil personas, estamos convencidos de que capaces somos, eso desde luego. Eso sí, para conseguir esta meta es fundamental aceptar que no viajamos solos y que también los otros conductores tienen derechos y obligaciones como nosotros, aunque este detalle ciertamente es una asignatura que tenemos pendiente desde hace muchos años y que no acabamos de aprobar.
Así las cosas, tampoco es que queramos hilar fino y hacerles partícipes a ustedes del papel que a cada uno de nosotros nos ha tocado protagonizar por el hecho de poner nuestro vehículo en marcha para desplazarnos al lugar que previamente hayamos elegido, sino, como mucho, recordarles que la línea del accidente hace años que se estrechó de forma que no nos deja margen de maniobra y que cualquier despiste o decisión equívoca puede acabar dándonos un disgusto. En realidad, la práctica totalidad de los accidentes que no tienen que ver con los excesos, resultan precisamente de eso, en detalles que en principio no tendrían importancia si no fuera porque en el viaje nunca circulamos solos. Y si a diario el número de vehículos por sí mismo nos previene del peligro, no les decimos nada de lo que se organiza en fechas tan populares como las de Semana Santa.
La deducción más lógica que se nos ocurre no es otra que la de extremar la precaución durante el tiempo que invirtamos en el desplazamiento si no queremos caer en el error de complicarnos estos días de descanso. Y es la mar de fácil si antes no hemos previsto elegir el mejor recorrido, no proponernos tiempo de llegada ni creer que será fácil. El error reside a veces en decisiones casi infantiles, de las cuales algunas caen por su propio peso, como autoconvencernos de que nuestro vehículo no nos fallará en ninguno de sus elementos o de que viajamos en un acorazado. Son tantos los elementos que participan en el movimiento de nuestro coche, concretamente entre tres mil quinientas y cinco piezas independientes y luego unidas, que solo por eso debíamos mantener en todo momento una pizca de desconfianza por lo que pueda pasar.
Actualmente, nuestro país está situado en el número doce en la escala de la accidentalidad, que, si tenemos en cuenta que se controlan ciento ochenta y cinco, por debajo de Francia, Alemania y Reino Unido, tampoco estamos tan mal. El que menos accidentes registra es Suecia, quizá porque sus vías de comunicación están mejor preparadas o porque la idea del coche que tienen estos europeos es radicalmente opuesta a la nuestra. Y no menos la filosofía de vida que comparten, no menos alejada de nosotros. Sea como sea, si hemos sido capaces de reducir la cifra de accidentalidad en diez años en casi cincuenta mil personas, estamos convencidos de que capaces somos, eso desde luego. Eso sí, para conseguir esta meta es fundamental aceptar que no viajamos solos y que también los otros conductores tienen derechos y obligaciones como nosotros, aunque este detalle ciertamente es una asignatura que tenemos pendiente desde hace muchos años y que no acabamos de aprobar.