Asistimos últimamente a unos fines de semana terribles en relación con la accidentalidad. Es verdad que aún encontramos diferencias con los mismos períodos de los meses del año pasado, pero sigue siendo una sangría insoportable la que debe pagar la sociedad como si se tratara de un horrendo peaje de la autopista de la vida. Generalizando, seguimos interpretando muy mal el tráfico rodado, mostrando una frivolidad desproporcionada cuando conducimos y prestos a la distracción. Dará lo mismo que sea el móvil que el navegador, porque si no lo será el CD o la radio, pero somos capaces de dedicarle nuestra atención a lo que sea con tal de perder de vista la carretera. Y es algo que, aunque aparentemente nos quede lejos, es muy compartido; tanto, que nos asustaría conocer las razones tan intrascendentes que acaban con la vida de miles de personas al año.
Utilizando los medios y las intenciones que Tráfico nos propone en algunos de sus anuncios televisivos, en los que podemos ver con absoluta nitidez y realismo el accidente en el que fallecen personas, nosotros estamos convencidos de que si algunos de los que practican el tipo de conducción que tantos quebraderos de cabeza procura a los responsables del tráfico y a las familias que se ven implicadas en los accidentes, acudieran los fines de semana a los tanatorios que tengan más cerca, y perdonen por la crudeza de nuestras palabras, seguro que su perspectiva sobre el tráfico cambiaría radicalmente. Con solo asistir y compartir el dolor que sufren los familiares de los fallecidos, con solo escuchar el relato del accidente, su interpretación de las prisas, del móvil o del consumo de alcohol, que es un agente externo que cada vez está más unido a muchos usuarios, se activarían defensas personales que servirían para reconducir comportamientos y decisiones que antes ni siquiera se planteaban.
En resumen, el tráfico rodado está formado por conductores con una gran capacidad de interpretación de lo que acontece a su lado y de responder a sus exigencias en tiempo y forma; enfrente, los que no entienden de nada, los que solo ven derechos y ninguna obligación, los que no entienden de señales ni de limitaciones, que también son parte del conjunto e influyen muy peligrosamente en lo que debería ser un tráfico más seguro. En medio de todo este gran circo estamos ustedes y nosotros, y es un detalle que no debemos olvidar en ningún momento, porque, dependiendo del recorrido que hayamos libremente elegido, nos estamos jugando la vida mientras estemos en camino. Es extraño, no obstante, el comportamiento que muestran personas adultas, incluso con un nivel de educación e intelectualidad por encima de la media que, en cuanto caen en las redes del coche, pasan directamente a convertirse en desenfrenados amantes de la velocidad y transgresores peligrosos de las leyes. Es como si en ello les fuera la vida, como si necesitaran del elixir diario que les sirve en bandeja la velocidad para sentirse satisfechos y felices. Naturalmente, para estos extraordinarios imbéciles, ustedes y nosotros no somos nadie, no representamos a nadie y, en todo caso, somos un estorbo para sus costumbres.
Por todo lo que les contamos y por lo que callamos, entendemos que lo mejor es aceptar las cosas como están y no caer en la tentación, peligrosa por demás, de unirnos a quienes practican esta peculiar forma de conducir. No llegan a su destino antes que nosotros, no son mejores conductores que nosotros, pero el autoconvencimiento de todo lo contrario que vive con ellos no les permite ver su propia realidad. Sin duda, una pena.